La jaula del Angel

•La jaula del Ángel•

Entre la naturaleza, es posible escapar de las preocupaciones.
Ningún ruido extraño; ningún movimiento sin calcular.
La tranquilidad y el desconocimiento de los problemas tan envidiados por muchos en un paradisíaco paisaje.
Pero para una mente que ansía conocer, busca la vedad, desea amar, la soledad con la que se paga el paraíso es el infierno.
La prisión natural impedía que sus alas se extendiesen en su mayor esplendor, reteniéndola en una estrecha jaula de barrotes invisibles.
Correr; nadar; volar; suplicar; gritar.
Nada la haría escapar de las columnas que la alejaban del mundo real, donde habita el pecado, las infamias y la lujuria. Todo aquello prohibido para las criaturas puras como ella. Tal vez ese grado de prohibición lo hacía todo más deseable.
La lluvia, que caía de invisibles nubes que respetaban y filtraban la luz de la luna, se aferraba al blanco vestido del Ángel, enmarcando su desnuda figura bajo la vaporosa tela, ondulando su largo cabello de oro, maquillando el dulce rostro con destellos de luz.
La húmeda tierra se hundía bajo las suaves pisadas, creando un camino que no indicaba ningún lugar, que no llevaba a ningún sitio. Como otras tantas veces a lo largo de los días, semanas, meses, años...
Siglos.
Milenios.
Nunca una eternidad fue tan monótona.
Hasta el momento en que su mirada se topó con él. Hasta que la sangre de su enemigo manchó la pálida piel de quien corrió a socorrerle, abriendo los ojos por primera vez a esa realidad que quería admirar.

Ese fue el principio del fin.

Su mirada, teñida de un hielo cálido, reflejaba una profunda preocupación, pese a ser un completo desconocido para ella. La buena voluntad que yacía en su interior hacía que fuese incapaz de dejarle morir, pese a que sabía que por ayudar a aquella criatura se volvería a condenar a ella misma.
El terror ante eso invadió cada poso de su piel, cada rincón de su mente, cada latido de su corazón.
Y volvió a invadirle mientras trataba sus heridas.
Porque todo eso le hacía recordar. Recordar el momento en el que fue aislada, destinada a vagar eternamente en un mundo vacío como en el que se hallaba.
La misma misericordia que sentía por el herido la sintió muchos años atrás, cuando comenzó la guerra entre los dos mundos celestiales. En su mente, la lucha entre dos hermanos que solo distaban entre ellos míseras diferencias no tenía sentido alguno.
Pero para los demás no eran hermanos, sólo abominaciones que se guiaban por el placer, la lujuria, los orgasmos y orgías.
Y el oponerse a los demás hasta el punto de defender a los que ellos llamaban enemigos, por seguir su corazón, la llevó al juicio frente a todos sus hermanos y hermanas.
Las personas que habían estado siempre con ella, con las que había crecido, sus vecinos, sus amigos, ahora la señalaban con el dedo acusándola de traidora y dictando su sentencia.

Y por todo esto, cuando por fin había hallado a alguien en su soledad, fuese como ella o no, no lo dejaría desfallecer. Cuidaría de él pese a todas las adversidades que pudiera acarrearle
Porque ya no estaba sola,
Porque si la juzgasen por ello, su condena será la muerte.
Pero, quién sabe, tal vez la muerte fuese mucho más interesante que esa vida vacía en la camuflada prisión.